lunes, 15 de agosto de 2016

Las terapias son parches…

  • "El futuro influye el presente tanto como el pasado". Friedrich Nietzsche
  •  “Una necesidad sólo puede ser realmente satisfecha a través de una determinada adaptación a la realidad”. Lev Semiónovich Vygotsky 


La psicoterapia vive en su propio mundo, y desde su creencia de mundo, intentando cambiar el mundo del paciente. 

Los terapeutas abrazan teorías ingenuas y tratan de interpretar desesperadamente las conductas para luego darles las explicaciones oportunas con su “sentido” a sus clientes. Los sentidos nunca son neutros... quieren darles aquel sentido que creen que les ayudará a lidiar con su malestar.

Soy terapeuta: no puedo darle un empleo, no puedo quitarle su enfermedad, no puedo hacer que su pareja le ame o que su madre vuelva a la vida, pero puedo darle un nuevo sentido que cambie su foco de atención. ¿Distracción o aprendizaje? ¿Ilusión o truco de magia? ¿Es el psicoterapeuta un prestidigitador?

Claro que esto depende de su sugestionabilidad. Quizás no solucionemos nada, pero ya no le preocupará tanto, porque cree que se está ocupando. Es por eso que las terapias alternativas se extienden, aunque no sean efectivas, porque una creencia que seguriza es una creencia valiosa y se atesora. La utilidad no la da usted, la da la supervivencia. Juez que está siempre por encima de las creencias y las ideas, sean estas agradables y deseables o no.


No se obstinen, la realidad y la verdad son escurridizas y llenas de espejismos. No olvidemos que cualquier teoría psicológica es un burdo intento simplista de comprender lo que no comprendemos. Y que los terapeutas estudiaron entre amalgamas de experiencias, emociones, creencias, aculturaciones y teorías aparentemente adecuadas o erróneas. Apelar al complejo de Edipo o al córtex pre-frontal del cerebro puede ser muy seductor, pero quizás no tenga nada que ver con lo que le pasa a su hijo, a usted o al terapeuta.  
  
Es hora de decir que la terapia es un ambiente mínimo y por eso las aportaciones de la terapia son mínimas.  Mientras, el ambiente extenso, verdadero soporte, afianza, resuelve o transforma el desarrollo de los síntomas. El ambiente extenso es aquel que engarza la conducta con el ambiente debido a su frecuencia y consistencia: a diario y en lo cotidiano, segundo a segundo y sistemáticamente, filtrándose y entrelanzándose con las estructuras neurológicas, por pura adaptación.

Quiero recalcar que la terapia de una o dos horas a la semana no es la solución y aunque necesaria en muchos casos, es humilde y parca en resultados y posibilidades. La corriente pro-terapéutica es exitosa en provocar adeptos porque es rica en expectativas, aunque sea pobre en resultados. Esperanza, terapia y efecto placebo van unidos: hacer terapia es ya pensar que se está haciendo algo, sea lo que sea, y eso produce pensamientos de alivio.

Hay que aumentar la calidad de la relación donde los niños pasan más tiempo, porque el aprendizaje tiene que ver con el ensayo y error en el contexto donde tienen que aplicar sus experiencias previas.

Actualmente vivimos inmersos en la puesta en marcha de la nueva ley de Atención Temprana. Detectar y prevenir son los mantras más escuchados. Este sistema de detección masiva es posible y se está formando a muchos profesionales para ello. Pensamos que son mayores las ventajas que los costos, como los posibles falsos positivos: ponerle una etiqueta a un niño de algo que no tiene, pero que lo parecía. Susto y angustia para los padres, pero posible salvación para los que realmente manifestarán el problema y no los íbamos a detectar a tiempo. Conclusión: No hay sistemas perfectos. 

Esto me sugiere esta pregunta: ¿Aumentar el conocimiento es aumentar la sobre-exigencia a las personas? Todos mirando con lupa a los niños y comparándolos con las escalas de desarrollo para saber si un niño es “normal”. ¿Nos ponemos la soga al cuello buscando la excelencia? ¿Cuál es la iatrogenia de la excelencia? ¿Cuándo lo mejor o ir a mejor puede ser peor que lo que ya había?

El sistema nos empuja a los sistemas de calidad, nos exige formación continua y atención personalizada, pero añade más y más funciones sin tener en cuenta la sobrecarga, el estrés o las posibilidades reales de las personas y sus puestos de trabajo. Es por ello que un abismo se abre cuando la distancia entre las intervenciones ideales o idealizadas se separan de la realidad posible, repercutiendo en la salud de los niños, padres, profesores y terapeutas.

Mi objeción es que ahora que aparece esta mayor exigencia para los niños, padres y maestros; que todo este gran esfuerzo no tenga una correspondencia en el aumento de recursos a la institución pilar de nuestra sociedad que es la escuela. ¿Por qué no nutrir la escuela de atenciones materiales y personales en vez de crear una red terapéutica descontextualizada de la realidad del niño, mientras los padres, los psicólogos y los maestros tratan de coordinarse desesperadamente? 

Podemos llenar las ciudades de maravillosos gabinetes de Atención Temprana, pero los maestros seguirán teniendo los mismos niños por aula, los padres seguirán llevando una o dos horas a sus niños a los gabinetes y todo seguirá ocurriendo creyendo que lo hacemos mejor porque los detectamos desde la cuna. 

Hogar y escuela, en esos lugares es donde tiene que haber recursos y atención dedicada. 

¿Cuántas veces escuchamos oír a los padres que el niño se comporta muy bien en el gabinete, pero que en casa es imposible? ¿Cuántas charlas damos los profesionales con pautas sobre lo que tienen que hacer desde nuestra estupenda silla de sapiencia cuando los vemos en sesiones de 15 minutos a una hora? Una sala de psicomotricidad o un gabinete de psicología no deja de ser un pequeño laboratorio donde se escenifican relaciones y acciones, con sus ventajas y desventajas.

El mayor esfuerzo del psicoterapeuta o del psicomotricista es generalizar los resultados de la sala de psicomotricidad a la vida real y esto es porque el aprendizaje es muy dependiente del contexto. El contexto es el que da las claves para el cambio conductual. Entonces, generalmente, los ambientes más válidos para una intervención son la casa, la escuela y la calle. El valor informativo y de aprendizaje lo da el ambiente que gatilla la respuesta. 

Escuchamos poco a los padres y a los profesores porque lo que mejor se nos da es interpretar y decir lo que hay que hacer. Resulta que un sólo profesor o profesora tiene que dar atención a la gran diversidad de niños que habitan un aula, y les pedimos que lo hagan sabiendo que como mínimo el 14% de los niños tienen problemas y están en sus aulas. 

Los recursos para los niños son escasos: ¿Qué hacemos con los niños a los que no se le asigna un auxiliar de aula y la maestra o maestro ve que lo necesita, aunque no tiene un diagnóstico? ¿Estiramos las interpretaciones diagnósticas para que se logre la etiqueta que genere el recurso psicoeducativo? ¿Falseamos la realidad y nos seguimos mintiendo? ¿Lo no diagnosticable no es una realidad que necesita ser atendida?

Aquellos que gestionan nuestros recursos deberían destinar más presupuesto para que en cada aula hubiera como mínimo dos personas atendiendo a los niños. Lo que nos está diciendo la sociedad es que la escuela es el centro de atención más importante después de los padres. Y cuando menos recursos o habilidades tienen los padres, más importante es la escuela. 

Realidades: Que muchos padres ya no tienen el soporte de la familia extensa o de su pareja, que tienen dificultades económicas y que los niños pasan más tiempo en aulas y extraescolares que con ellos, porque no tienen donde dejarlos. Por lo tanto, tenemos que cambiar y dar soporte a las necesidades no sólo académicas sino afectivas y relacionales que necesitan las mentes en desarrollo. 

No estamos preparados. La pedagogía del profesor único y la actividad para todos igual en el aula ya no nos sirve. Si la realidad es multi-cultural y multi-normal, si hay aulas de educación infantil con hasta 6 niños en Atención Temprana. Si en primaria hay niños con TDAH, del espectro autista TEA, inmigración, familias desestructuradas, etc. ¿Qué hacemos?

Quizás en un aula no sea suficiente con la figura del profesor. Se necesita un profundo cambio en las carreras de magisterio y en la atención de los niños. Ya no es solamente instrucción, buscamos la salud mental futura de la sociedad. Y en la experiencia "educativa" nos jugamos la autoestima, el autoconcepto, la aceptación o el rechazo, el acoso y nuestra forma de relacionarnos con aquellos que nos rodean.

La escuela debe ser un espacio de Atención Temprana integral, los equipos multidisciplinares deben trabajar sobre el terreno. Hemos de remodelar los espacios de los colegios, desde unas aulas de espacios industrializados y parcelados a grupos de 20-30 niños a espacios que posibiliten tránsitos y atenciones. ¿Hay espacios para niños con trastornos de conducta que tiran las mesas, que agreden, o que no soportan los grupos? ¿Es el mismo espacio adecuado para un niño que no para que para uno que no se mueve y es miedoso?

La ley de Atención Temprana, es un gran avance que hemos de agradecer, pero hemos de dar el siguiente paso, porque si no hay una intervención que sustente su trabajo en la realidad escolar y familiar tendremos muchos niños detectados y en prevención hasta los 6 años y después qué…

Dentro de unos años nos llegarán los datos sobre la eficacia de estas políticas.  Mientras muchas familias cuando crecen sus hijos con necesidades educativas especiales nos dicen: tiene ya 12 años y no hay actividades que tengan en cuenta sus necesidades, la sociedad se ha olvidado de él.

En vez de psicologizar y terapeutizar la vida tenemos que integrar las distintas realidades según las posibilidades de cada persona en la vida comunitaria. Los niños pasan tantas horas en la escuela que debe ser nuestro pilar fundamental de intervención. Hemos de mejorar los espacios naturales, la escuela y la casa, no crear sistemas de gabinetes de Atención Temprana a modo de islas "terapéuticas" de actuación, como única o predominante alternativa de tratamiento.






No hay comentarios:

Publicar un comentario